LOS MISTERIOS DE LA CONFITERÍA EL MOLINO
QUE DESVELAN A LOS ESPECIALISTAS

Los trabajos de restauración de la tradicional confitería comenzarían el año que viene, y hay dos incógnitas centrales para los cuales se pedirá ayuda al público.
La información se recolectará a través de un blog.
EL MOLINO. La confitería conservará el nombre que porta desde 1917.
   EL MOLINO. La confitería conservará el nombre que porta desde 1917.


La seguidilla de desencuentros judiciales y empresariales que marcaron la historia de la confitería El Molino tras su cierre en 1997 está cada vez más cerca de finalizar. Si bien todavía faltan completar algunos detalles de la venta de la propiedad al Poder Ejecutivo, que luego la cedería al Congreso para que se haga cargo de los trabajos de restauración del edificio, se estima que en 2016 se podría comenzar con las obras.

El proyecto de intervención que encarará el PRIE (Plan Rector de Intervenciones Edilicias) de la Cámara de Diputados buscará restaurar la confitería tal como se la conoció en su momento de esplendor. Esto significa encarar una intensa labor de relevamiento de manera tal de conocer cómo eran los espacios y los detalles del edificio de la manera más fiel posible. Además de inspeccionar el archivo histórico y el inmueble en sí mismo, los responsables de la obra también quieren incorporar las vivencias del público para ayudar a reconstruir algunos de los aspectos más complejos y misteriosos de la confitería ubicada en la esquina de las avenidas Rivadavia y Callao.
"La idea es que la restauración de El Molino sea una obra colectiva, un esfuerzo de todos", explica Sergio Kiernan, editor del blog Proyecto Molino. El sitio nació con la idea de mantener al público informado sobre el avance de las obras, como así también de recolectar información que pueda aportar al proceso de restauración, un punto sobre el cual Kiernan hace énfasis. "La confitería fue parte de la vida de infinidad de personas, que festejaron bodas y cumpleaños ahí. En ese sentido, queremos convocar a todo el que tenga fotos del lugar, como así también tazas de café o latas de pan dulce, cualquier objeto, para que se acerque y nos ayude con esta labor", detalla. Desde el apecto de los baños y los colores de las paredes hasta los ornamentos de los ascensores, hay numerosos aspectos sobre los cuales trabajar, sin embargo, hay dos misterios fundamentales que se espera puedan resolverse a través de esta iniciativa.
   CONFITERÍA EL MOLINO. Las tejas cerámicas y las famosas piezas ornamentales doradas. Tras un siglo, apenas faltan algunas.
   F
otos de Sergio Kiernan/Proyecto Molino.

La Confiería El Molino fue diseñada por el arquitecto italiano Francisco Gianotti, y se inauguró oficialmente en 1917. Sin embargo, entre los archivos de la confitería hay un documento que indica que el dueño Gaetano Brenna quería ser parte de los festejos por el Centenario de la Independencia Argentina, el 9 de Julio del año anterior. La escala del evento, sumado a su excepcional ubicación, frente al Congreso de la Nación, convirtieron al edificio en uno de los protagonistas del día.

Dentro de las notas referidas a ese día, se menciona la existencia de 13 esculturas, que representaba a la cantidad de provincias de la época, y que fueron colocadas sobre el frente. "Más allá de la referencia que hay en ese documento, no han quedado rastros de esas estatuas en ninguna parte: no se sabe de qué material eran, qué imágenes tenían, nada", se lamenta Kiernan. Hay material fílmico de ese día que ha sobrevivido hasta hoy, y ahí se observa el reflejo de algo que no se llega a distinguir, y que coincide con una serie de nichos que se encontraron entre el 2° y el 4° nivel, de los que tampoco se sabe nada. "No hay que confundir estas esculturas con el símbolo de prosperidad de la ceres romana que está ubicado sobre la ochava, y que se puso después", aclara.


    CONFITERÍA EL MOLINO. Los vitrales se perdieron y sólo quedan algunos vidrios de protección. Entre los cementos carcomidos se
    pueden ver, intactas, las mayólicas doradas del ornamentoFoto Sergio Kiernan/Proyecto Molino.

La segunda cuestión tiene que ver con los vitrales de la cúpula. El cerramiento de metal que la sostenía ha sobrevivido, como así también algunos de los vidrios de protección que resguardaban. Sin embargo, no hay foto o video que muestra cómo eran los colores y el dibujo. "En las fotos diurnas se ve el reflejo de los vidrios que protegían la cúpula, mientras que en las nocturnas está todo quemado", explica Kiernan.

Hay que agregar que los nombres de quienes puedan aportar datos sobre cualquiera de estos temas serán inscriptos en el Museo de El Molino, una de las adiciones contempladas en el proyecto de restauración, al igual que un centro cultural. Quienes puedan aportar datos, el mail del blog es restauraciondelmolino@gmail.com.

El museo será tanto de la confitería como del edificio. En ese sentido, serán parte de él los departamentos que se encuentran en los últimos niveles, que pueden aportar datos acerca de cómo se vivia durante esa época, unos de los proyectos a los que aspira Kiernan. "Poder reconstruir uno exactamente cómo era sería una cosa increíble, y un gran atractivo para el museo", comenta.

El lugar que ocupa la confitería en la memoria colectiva es innegable, un dato reafirmado por el interés que despierta este proceso de restauración. En 2014 se estrenó el documental Las Aspas del Molino, que reconstruye la historia de la confitería y cuenta con los testimonios de Esteban Ierardo, Rodolfo Livingston, Paula Acunzo, Luis Grossman y Samuel Cabanchik entre otros. Emblema de Buenos Aires, El Molino está cada vez más cerca de revivir.



   EL MOLINO. El grado de deterioro, agravado por 17 años de abandono.
    EL MOLINO. La emblemática esquina porteña recuperará su espelendor a partir de la expropiación.
   CONFITERÍA EL MOLINO. Estado actual de la torre que corona la esquina
   Foto Sergio Kiernan/Proyecto Molino.



Fuente:ARQ. Clarín

GARCÍA URIBURU:
UN HOMENAJE AL MAGO QUE TIÑÓ LAS AGUAS DE VERDE


El artista plástico recibió el Premio Ñ a la Trayectoria Cultural. La ecología, en el centro de sus trabajos.

Momento de alegría. Nicolás García Uriburu con Matilde Sánchez, editora general de Revista Ñ. / Marcelo Carroll
   Momento de alegría. Nicolás García Uriburu con Matilde Sánchez, editora general de Revista Ñ. / Marcelo Carroll


Julieta Roffo

“Muchas gracias a todos, no me esperaba esto. Estoy realmente muy agradecido”, dijo Nicolás García Uriburu ayer en el auditorio del Buenos Aires Design, ante el aplauso de más de quinientas personas, entre ellos el de su hija, Azul. Fue al recibir el Premio Ñ a la Trayectoria Cultural, que en años anteriores distinguió a Griselda Gambaro, Abelardo Castillo, Sara Facio y Clorindo Testa, y que ayer fue para este protagonista del arte plástico argentino.
En un video que se proyectó en la sala, celebraron la decisión desde Eduardo Costantini, fundador del Malba, hasta Juan Carr, director de Red Solidaria, pasando por el humorista gráfico Nik y el periodista Jorge Lanata, que se declaró “fan” de su trabajo. “El mago mayor”, lo definió sobre el escenario Matilde Sánchez, editora general de Revista Ñ, que cuando lo invitó al escenario lo llamó “Nicolás I”. 
El pimer gran acto de magia de este artista de 77 años fue en 1968, con el Mayo Francés recién detonado: durante la Bienal de Venecia, tiñó de verde brillante tres kilómetros del Gran Canal para repudiar el alto grado de contaminación. Lo arrestaron y recién lo liberaron cuando se demostró que la sustancia con que había coloreado el canal era inocua: ya se había ganado a la ciudadanía veneciana y su nombre sonaba fuerte en el mundo artístico. No fue la única tintura verde –el color que eligió para su mameluco tantas veces–: en 2010, mientras oficialmente se festejaba el Bicentenario, García Uriburu coloreó el Riachuelo para alertar por el trágico estado medioambiental de esa cuenca.
En el medio, sus acciones artísticas recorrieron el mundo entero. Pintor de paisajes, de mapas en los que el Sur queda al Norte, de enormes ombúes y larguísimos jardines en clave pop, en 1970 unió cuatro ciudades con su tintura verde: el East River de Nueva York, el Sena de París, el Río de la Plata y, otra vez, el Gran Canal. En 1974 coloreó los puertos de Amberes, en Bélgica, y de Niza, en Francia. En 1981, junto al también artista Joseph Beuys, tiñó el Rhin, en ese momento el río más contaminado de Europa. La misma dupla plantó más tarde siete mil robles en Alemania. Para celebrar el regreso de la democracia, en 1983 Garcìa Uriburu tiñó las aguas del Monumento de los Españoles y de la fuente de la Plaza de los Dos Congresos.
La ecología y el uso abusivo de los recursos naturales desvelaron largamente a este artista, que realizó varias de sus acciones junto a Greenpeace.
Para García Uriburu, el arte es, entre otras muchas cosas, un medio destinado a ampliar conciencias y a corregir realidades. Nada menos que por eso fue celebrado ayer.

Fuente: clarin.com

DESCIFRARON EL GENOMA DE UNA MOMIA INCA
ENCONTRADA EN EL ACONCAGUA

La momia está en Córdoba

Investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela consiguieron descifrar parte del genoma de la momia de un niño inca de 7 años que hace unos 500 años fue sacrificado en un ritual, informó la revista Scientific Reports.

La momia del Aconcagua. El niño inca encontrado en 1985 a casi 5.200 metros de altura. (Los Andes)


EL PIONERO DE LA MODERNIDAD CRIOLLA

Tres dimensiones.

Alejo Martínez encabezó el movimiento de la Arquitectura Moderna, que perseguía el objetivo de una sociedad mejor.

San Telmo. Una casa taller que Martínez hizo en 1937 para los artistas Forner y Bigatti.
San Telmo. Una casa taller que Martínez hizo en 1937 para los artistas Forner y Bigatti.

Berto González Montaner*

En un rincón de la Plaza Dorrego, en Bethlem 443 (San Telmo), hay una casa blanca, de líneas puras y de grandes ventanales. Es la casa taller de los artistas plásticos Raquel Forner y Alfredo Bigatti. Sin duda, esta casa que por su arquitectura responde al llamado Movimiento Moderno, contrasta dignamente con sus vecinas. Lo llamativo es que es tan vieja como ellas, ya que su autor, el arquitecto Alejo Martínez la construyó en el año 1937. Para ponerla en dimensión y caer en cuenta de su vanguardismo hay que recordar que por esa misma fecha se estaba construyendo la inconclusa facultad neogótica de Ingeniería sobre la Av. Las Heras y Alejandro Bustillo estaba empezando el neoclásico Banco de la Nación sobre la Plaza de Mayo. Lo complejo de esta casa taller es que tenía que responder a las necesidades de trabajo y de vivienda de esta pareja formada por una pintora y un escultor. Martínez lo resolvió proyectando dos talleres superpuestos conectados por una doble altura que se manifiesta en el gran ventanal vertical que se ve desde la calle.
Pero esta no fue la primera casa rupturista que hizo Martínez. Para esa fecha, ya había hecho casi una decena de casas en Concordia, provincia de Entre Ríos, y algunas otras en Buenos Aires. Hay que destacar que la primera, la Casa Péndola Díaz en Concordia, es el primer proyecto de Arquitectura Moderna que se construyó en el país. Es por esta razón que semanas atrás, el Concejo Deliberante de esa ciudad organizó una movida que culminó en una ordenanza que la declara Ciudad Vanguardista del Modernismo.
Alejo Martínez nació en Montevideo, Uruguay. Estudió en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, donde por aquella época se enseñaba arquitectura. Se recibió en 1922 a los 23 años y como era costumbre se fue a Europa en viaje de estudio. Fueron sus compañeros de aventura nada más y nada menos que Alberto Prebisch, quien años más tarde hiciera el Obelisco y el Cine-teatro Gran Rex; Ernesto Vautier, autor del paisajismo de lo que queda de la Avenida General Paz y, junto a Luis Olezza, del Palacio de los Gansos, en Las Heras y Ugarteche.
Lo cierto es que cuando volvió a la Argentina, sus primeras oportunidades laborales las tuvo en Concordia, contratado por profesionales, políticos y otros importantes miembros de la vida social. No se sabe mucho de él. Sí, que tuvo una participación muy activa en la facultad donde fue presidente del Centro de Estudiantes y en la Sociedad Central de Arquitectos y en su revista, entidad que ya en ese entonces agrupaba a los profesionales. Su primera casa, la casa Péndola Díaz en Concordia, la concluyó en 1925. Luego le siguieron otras, la mayoría concentradas en un entorno de no más de 10 cuadras.
En esas viviendas, Martínez reemplaza el típico modelo de la casa chorizo con patios por el de casas compactas. Y a través de volúmenes desfasados, quiebres y terrazas, logra que todos los ambientes tengan contacto con el exterior, reduciendo perímetro de el costoso muro exterior. Carlos Giménez y Angel Navarro asocian los postulados de Alejo Martínez al manifiesto "Ornamento y delito" del austríaco Adolf Loos. Y en el libro "Alejo Martínez, la experiencia moderna en la Argentina" describen esta manera de hacer arquitectura de la siguiente manera: "los exteriores están tratados con un lenguaje sumamente abstracto, con muy pocos detalles de ornamentación aplicada, enfatizando así el valor plástico de los planos y de los volúmenes netos...".
La segunda etapa de su obra ya la realiza en Buenos Aires entre los años 1932 y 1939, consolidando sus ideas racionalistas en otras casas, edificios en altura para alquiler como el de Rivadavia 5805 (1932), una serie de estudios para viviendas económicas y donde sobresale la mencionada casa-taller en Plaza Dorrego. En lo que podría definirse como su tercera etapa, por años cuarenta, se sumó a la tendencia de hacer una arquitectura de proyección más localista y vernácula, más afín al gusto de la nueva clase media ascendente. Como señalan Giménez y Navarro, "esta clase media mostró preferencias por las formas figurativas del pintoresquismo en oposición a los rígidos modelos académicos tanto como a las formas abstractas e incomprensibles que le proponía la arquitectura de vanguardia".
La gran amenaza que siempre tuvo esta Arquitectura Moderna es ser considerada como un estilo más. Y de hecho muchos la usaron como tal. La vieron solo como una cuestión cosmética. Muros blancos, volúmenes y líneas puras, formas apaisadas, cero decoración... Postulados que además presentaban el beneficio de hacer que las obras fueran más fáciles y rápidas de construir y más económicas. Pero en realidad los objetivos de esta arquitectura eran otros: sus mentores tenían la ilusión y luchaban por construir con esta arquitectura una sociedad mejor. Pero para muchos no es una cuestión del pasado. Como dijo el arquitecto Alvaro Arrese en una entrevista reciente en ARQ, el Movimiento Moderno sigue más vivo que nunca y aún hoy nos seguimos nutriendo de él. Por eso, aunque llegue tarde, bien merecido el reconocimiento a Alejo Martínez, el pionero de la Arquitectura Moderna rioplatense.

* Editor general ARQ